La Guajira, tierra de sed ardiente, de besos extenuantes, de sol agobiador, de misterio impreciso y de muerte posible. La Guajira, tierra de sol, de sal, de indias y de alcoholes… ¡Guajira, Guajira, tierra de indios y negros y blancos que forman la tricolor bandera de la raza! ¡De mi raza mestiza y mulata!
4 años a bordo de mi mismo. Eduardo Zalamea Borda.
La Guajira es el departamento más al norte de Colombia, una larga península en su mayor parte desértica. Es el departamento de Colombia con la mayor cantidad de población indígena, Wayuu en su mayoría y con una diversidad cultural que va desde ser el punto de encuentro entre Colombia y Venezuela hasta la ciudad de Maicao, el epicentro de las migraciones “turcas” al Caribe colombiano.
Salí muy temprano por la mañana de mi hostal en Valledupar en busca de transporte a la salida de la ciudad. Ahí se ubican unos taxis que hacen las rutas de viaje de Valledupar a la Guajira (Manaure, Riohacha, Maicao). No pasó mucho tiempo para hacer abordado por uno de los taxistas el cual me ofreció el último puesto en su auto, el problema es que sólo me llevaría hasta Cuestecitas, pero el me embarcaría en otro taxi que me llevara a Manaure.
El paisaje en la carretera que lleva de Valledupar a la Guajira, transcurre primero del verde del departamento del Cesar, con las vistas de la Sierra Nevada de Santa Marta custodiando el horizonte para luego convertirse cada vez en solo arena, cactus y matorrales. Como decía Eduardo Zalamea, el paisaje de la Guajira es el de una tierra de sed ardiente.
Antes eran los plátanos, ahora es el carbón
Por esta ruta se cruza cerca la zona del carbón de La Guajira: Albania, La Jagua, Barrancas. Estos pueblos parecen ser sacados del realismo mágico de Gabriel García Márquez.
Todos no son más que casas desvencijadas con calles de arena y accesos precarios a escuelas y hospitales. Esto a pesar de que son vecinas de la mayor mina de carbón a cielo abierto del mundo, de la cual sólo reciben la contaminación del polvillo que deja en sus aguas y sus calles.
Como en los tiempos de los Buendía, en esta zona crecen pueblos relegados al olvido y la soledad al lado de multinacionales que explotan los recursos que por ley y justicia le pertenecen a sus pobladores, antes fueron los plátanos, ahora es el carbón o el gas. Aún es posible ver como los gallineros electrificados hoy convertidos en complejos amurallados donde dentro hay hospitales, viviendas dignas, centros comerciales y hasta casinos, reservan el progreso a solo algunos.
Barrancas, el éxodo fundacional a Macondo
En uno de estos pueblos del carbón sucede uno de los hechos más importantes del Realismo Mágico de los libros de García Márquez que fue determinante para la concepción de “Cien años de Soledad”.
Barrancas, La Guajira, es el pueblo donde el coronel Márquez (José Arcadio Buendía), el abuelo de Gabo, asesina a Medardo Pacheco, el conocido Prudencio Aguilar de la novela, el fantasma que obliga al primero de los Buendía a iniciar el éxodo que terminaría con la fundación de Macondo.
Para Gabriel García Márquez, la historia del duelo, desato una de sus primeras intrigas como escritor, como explica en sus memorias “Vivir para contarla”, no había hecho que sintiera tuviera más peso en la historia de su familia.
En una de las calles de este pueblo el coronel Nicolás Márquez daría muerte a Medardo Pacheco, una antiguo compañero de filas durante la Guerra de los Mil días durante un duelo. En Cien Años de Soledad, Gabo explica que el duelo se debe a que José Arcadio Buendía quiere hacer respetar su honor al enterarse que Prudencio Aguilar pone en duda su virilidad.
En la vida real, Gabo dice que nunca alcanza a saber a ciencia cierta las razones del duelo. Sólo explica que la muerte de Medardo Pacheco obliga a su abuelo a ser recluido en Riohacha y luego a vagar por poblaciones a orillas de la Ciénaga de Santa Marta en busca de un lugar donde rehacer su vida.
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Finalmente llego a Riohacha, me toma 4 horas y dos trasbordos, en total el viaje desde Valledupar. Mi primer contacto con la Guajira me muestra todo el realismo mágico/trágico de la llamada corona de Colombia.