El siguiente es un cuento redactado por Cielo, una joven chiapaneca, en el Taller con Jóvenes Migrantes “Caminos a nuestro buen vivir” organizado por Voces Mesoamericanos y OIM y hace parte de la nueva sección Voces Migrantes. No es su historia personal, por lo menos eso me confiesa, es la historia de un amigo, quizás de más de un amigo. Sin embargo, es la historia recurrente de muchos jóvenes de las comunidades indígenas del sur de México.
Sintiendo la luna tocar su cara, Luis, un joven cho’l de 16 años, no durmió en toda la noche. Soñaba despierto, soñaba en trabajar mucho y construirle una casa a su mamá. Su papá lo había abandonado cuando eran chicos y su hermano tenía un año y medio que vivía en Miami. Esa misma noche había tomado la decisión de salir en busca de sus anhelos.
Al otro día tomo su maleta, la llenó de los recuerdos más dulces que en Tila su pueblo había vivido. No pudo ni desayunar, despidiendo a su madre; la tomó en sus brazos y le prometió que regresaría. Así, emprendió su camino, viajó durante tres meses de ciudad en ciudad para llegar a Tijuana; había días que no tenía que comer, se sentía solo y deseaba regresar, extrañaba su casa, las tortillas y sus amigos. Pero tenía una meta y quería alcanzarla. Durante el viaje conoció a José, el era de Chamula y tenía 18 años platicaron de sus sueños y esperanzas, a ambos se les hizo menos difícil el camino a los Estados Unidos estando juntos.
Al llegar a Miami, su hermano Ricardo los estaba esperando; les había conseguido un muy buen trabajo de veladores en una residencia. Luis conoció muchas personas, muchos compas mexicanos, se hizo de dinero rápidamente, tuvo una novia, era rubia alta y de ojos azules. Con ella celebraba fiestas como el “día de muertos” y aprendía español e inglés muy rápidamente. Pasaron 2 años y él creía que era feliz, pero dentro de su corazón había un vacío, recordaba su país. Fue una noche que iba en su carro, la carretera era muy oscura y había una ligera llovizna, se sintió mareado y se detuvo, a lo lejos miro una luz, se sentía raro, diferente, caminó hacia una casa y encontró una familia que lo invita a pasar platicaran casi toda la noche. Luis les platicó detalladamente de cómo recordaba a su pueblo, sus colores y olores. Ellos le dijeron que aunque él se veía feliz, se notaba claramente que el extrañaba su casa; lo motivaron a regresar con su familia.
Luis pensó esto muy seriamente y al otro día dejándolo todo, tomo el camino de regreso a su hogar, se preguntaba que habría cambiado e imaginaba de muchas formas a sus amigos y a su mamá. A lo lejos vio Tila; despertó con los primeros rayos del sol y sonrió. Caminando despacio llegó a su casa sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. Al ver su mamá, la abrazó, lloró con ella y enseguida salió al pueblo a buscar a sus amigos y contarles cómo fue su viaje, el tenía claro que no pudo cumplir sus metas pero sabía que trabajando en el campo duramente, sembrando maíz y frijol, un día le cumpliría la promesa a su mamá.
El sueña que un día podría ayudar a los jóvenes de su comunidad o a cualquier persona que tenga la inquietud de salir a buscar trabajo a otro lugar, en base a sus experiencias, platicándoles sus sufrimientos y alegrías. Luis, un joven Cho’l de 19 años se acuesta todas la noches y bajo el resplandor de la luna plateada, tocando su cara, sonríe y enseguida duerme profundamente y sueña que un día va a construirle una casa a su mamá.