El tema de la migración era uno de los que más me intrigaba antes de venir a México, primero en Oaxaca, un importante punto de tránsito para los migrantes que desde Centroamérica y el sur de México se aventuran en el largo y, muchas veces, tortuoso camino al norte. Aquí se ubica el albergue de Hermanos en el Camino, mundialmente conocido por la labor de Alejandro Solalinde, conocido como el monseñor Romero de los migrantes, en la defensa de los derechos de estos viajeros, una persona que es de mi completa admiración. Siempre quise visitar el Albergue, pero por razones de seguridad, mi universidad me recomendó no hacerlo.
Sin embargo, como parte de mi voluntariado con la asociación civil Voces Mesoamericanas, en estos meses en los que he estado en Chiapas, he tenido la oportunidad de participar en los Encuentros con Jóvenes Migrantes. Un espacio destinado al dialogo y reflexión con jóvenes chiapanecos que han tenido experiencias de migración. Jóvenes que a pesar de sus cortas edades tienen la experiencia de recorrer kilómetros, de atravesar desiertos y soportar en solitario la búsqueda del sueño americano. Ellos, son los otros viajeros, los que no viajan por placer, en busca de aventuras, sino porque las condiciones de vida de la juventud indígena del sur de México no les deja otro camino por recorrer.
La metodología de acercamiento a estas historias por parte del equipo de Voces Mesoamericanas ha sido el arte, “el arte es la expresión de un alma que desea ser escuchada”, leí una vez. A través del arte se realiza una terapia en la que los difíciles momentos que comprenden el viaje al norte, en todas sus etapas, se convierte en una experiencia de vida y aprendizaje para cada uno de estos jóvenes.
La experiencia migratoria es, sin duda, una experiencia de extremos, de miedos y orgullos, de ganar o perder. En las voces de sus mismos protagonistas está el demostrarse ser capaz de salir y ganar su independencia, muchos teniendo muy en claro su conexión con la familia y la comunidad; el aprender un oficio, un trabajo en el campo, una maquila o un restaurante, ante las deficitarias opciones de educación la práctica y experiencia en el terreno es una de las pocas (por no decir la única) forma de instrucción de estos jóvenes.
Sin embargo, también está el otro lado, quizás el más conocido y concebido de la experiencia migratoria, el lado del miedo, de la soledad. Todos los obstáculos que comprenden el camino al norte, antes de llegar a Chiapas era el lado que más conocía. Sin embargo, en los talleres comprendí que cada uno de estos espacios oscuros de sus historias, los jóvenes los transformaban en importantes experiencias de aprendizaje, de identidad de ellos como indígenas y de personajes que tienen mucho que aportar al desarrollo de cada una de sus oportunidades de origen.
En los encuentros realizamos talleres de música, radio, cuento y poesía, grafiti y pintura, cada resultado: una gran historia, que es capaz de hacernos reflexionar en la forma en que concebimos este “otro viaje”, como resultado de esta grata experiencia y con el objetivo de compartir estas historias, abro una nueva sección del blog llamada “voces migrantes”. Donde compartiré los aprendizajes de mi experiencia de voluntariado en Voces Mesoamericanas y las historias que compartí con estos jóvenes, con las familias y mis colegas de trabajo, protagonistas de estas impresionantes e interesantes historias.