"¡Zopenco, palurdo de mí, que he escogido una profesión de demonio: y al fin y al cabo he terminado condenándome yo mismo!” eran las palabras de Juan de Mañozga, el inquisidor del Santo Oficio, mientras escuchaba el balar y rebuzne de las brujas desde el balcón de su habitación en el Palacio de la Inquisición en Cartagena de Indias.
Esta casona a un costado del la plaza de Bolívar inspira misterio y terror para sus visitantes, su pórtico barroco en piedra detalladamente decorada, muestra la autoridad de la institución que se había propuesto desinfectar Cartagena de las adoradoras de Buziraco. En uno de sus lados se encuentra la ventana de la denuncia, en donde los testigos de actos de hechicería dejaban sus acusaciones.
El día que tuve la oportunidad de conocer este lugar lo hice por casualidad, estaba interesado en visitar el Museo del Oro de Cartagena (cuya entrada es gratuita), pero para mi mala suerte se encontraba cerrado.
No pasó mucho tiempo para que un señor se levantara de una de las bancas de la plaza y me dijera que aprovechara para visitar el Palacio de la Inquisición, la entrada cuesta 5 US (pero con carnet de estudiante se paga la mitad). Así que aproveche para descubrir los lugares en que se desarrolla la novela “Los cortejos del diablo” de Germán Espinosa, escritor cartagenero considerado el Gabo sin nobel. Que casualmente leo por estos días en mi clase de literatura del Caribe.
Al entrar al recinto lo primero que se encuentra el visitante es un patio central rodeado por balcones altos en madera, los mismos donde las brujas bajaban y se burlaban constantemente del decrépito Mañozga, que senil deliraba en medio de los insultos que profería contra ellas, contra sí mismo y hasta contra el mismo Dios, al que después de haberle servido toda una vida lo había abandonado en esa tierra de sudores, hechiceros y follones.
En la primera sala del recorrido, se encuentra el estrado desde donde el Inquisidor había proferido condenas contra las adoradoras de Luis Andrea, el creador del culto del cabrón negro, en torno al cual se celebraban orgías en las faldas del cerro de la Popa. Se decía que era el “hombre” más temido del virreinato pero el Inquisidor fiel a su fe lo condenó a la hoguera. Sin embargo nunca se pudo librar de él y todas la noches, imaginaba a Luis Andrea ordenándole a sus súbditas atormentarlo hasta la locura.
A las acusadas por el delito de hechicería se les concedía un juicio, para esto se usaba el peso de las brujas, en el que se subía a la imputada y mediante el estándar de mediciones de la época, se determinaba si pesaba más de lo normal, razón de condena ya que se presumía que estaba poseída por el diablo, o pesaba menos, razón igual de condena porque se asumía que podía volar, por lo que no había salvación tras la acusación.
Las salas siguientes están llenas de los artefactos de tortura utilizados por el tribunal del Santo Oficio en Cartagena, es hasta cierto punto deprimente que el ser humano tenga tanta “creatividad” para hacer daño al prójimo, el aplasta cráneos, el triturador de pulgares, la garrucha son algunos ejemplos de estos aparatos.
De ahí se sale a un patio donde la película de terror aún no termina, se encuentran artefactos de tortura que no fueron utilizados por la Inquisición de Cartagena pero que son prueba de la decadencia del oscurantismo de mentes fanáticas. Entre otros se puede mencionar la horca, el cepo o la guillotina bajo la cual sucumbieron entre otros María Antonieta, Luis XVI y Maximiliano Robespierre en los tiempos de la Revolución Francesa. La sensación de pisar el cadalso tantos años después no cambia, el vacío y temor que inspiraba hace cuatro siglos aun siguen latentes.
En el Tribunal del Santo Oficio de Cartagena fueron asesinados más de 800 acusados en los doscientos años que estuvo abierto, no obstante el objetivo de desinfectar la ciudad de brujas según palabras del mismo inquisidor Mañozga nunca se cumplió, bastaba con quemar a la condenada, para que el cuerpo sirviera de abono para la proliferación endemoniada de muchas más. Aún hay quienes aseguran que se pueden escuchar revoloteando en los vetustos techos de la ciudad. ¿Será que salen a celebrar este 31 de octubre?